lunes, 7 de abril de 2014

CINCUENTA AÑOS DEL ESPECTACULAR TRASLADO DE TLÁLOC

“Excavar es abrir un libro escrito en el lenguaje que los siglos han hablado dentro de la tierra”

S. Marinatos

Por: José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

Este 16 de abril se cumplirán cinco décadas del espectacular traslado de la Piedra de los Tecomates al basamento construido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, con el fin de exhibir esa importante pieza arqueológica, identificada por Don Leopoldo Batres como Tláloc, hito del Museo Nacional de Antropología e Historia que el gobierno de Adolfo López Mateos edificaba por aquellos años en el Bosque de Chapultepec.

La proeza del desplazamiento del recio monolito de más de 165 toneladas y siete metros de altura hizo realidad el anhelado sueño de Batres de trasladar la pieza en ferrocarril, proyecto frustrado por las dificultades que representaba moverla de la Cañada de Santa Clara, lugar en la que fue “re-descubierta” por Don Gumersindo Mendoza, el profesor Jesús Sánchez y por el joven pintor José María Velasco quien, por cierto, ilustró el hallazgo en 1889.

Para los habitantes de Coatlinchán, la llamada Piedra de los Tecomates era un legado ancestral que representaba a Chilchiuitlicue –esposa de Tláloc- a la que rendían sincrético culto cada 3 de mayo, fecha en la que acudían a “cambiar la cruz” que se ubica en lo alto de la cañada, o bien a recolectar el agua que se acumulaba en las cavidades (tecomates) del monolito, concediendo al preciado líquido sorprendentes propiedades curativas.

Por décadas, Coatlinchán vivió orgullosa del monolito y de los beneficios que les proporcionaba a quienes a su vera satisfacían las necesidades de los visitantes que acudían a conocerla.

La querencia de las familias de Coatlinchán por su piedra, estaba tan arraigada que ante la decisión gubernamental de trasladarla a la capital del país el pueblo se amotinó para impedir las maniobras que arrebatarían el legado celosamente resguardado hasta el momento por la población del lugar.

La oposición llegó a tales niveles, que fue necesaria la intervención del Ejército y sólo así fue posible levantar la mole, colocarla en la enorme plataforma construida para su traslado e iniciar, a las 3 de la mañana del 16 de abril de 1964, el lento camino que debía culminar en el bosque de Chapultepec.

El interés suscitado por el traslado de “Tláloc” a su pedestal, encontró en los medios de comunicación un gran aliado: cientos de locutores de radio y televisión dieron un puntual seguimiento del desplazamiento del convoy, de los obstáculos que debió sortear el monolito en la avenida Zaragoza, de su llegada al Zócalo, del inclemente diluvio que se abatió sobre la ciudad, de su paso frente a la columna de la Independencia y de su tempestuosa llegada al sitio destinado para albergarlo.

Con su colocación se culminó la proeza que significó su traslado, y ello abonó para su inserción en el imaginario popular como pieza fundamental de ese gran libro abierto escrito en el lenguaje que los siglos han hablado, al que se refiere el griego Marinatos para definir a la arqueología.




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